Los aceites esenciales, que son componentes aromáticos, pueden encontrarse en distintas partes de las plantas: hojas, flores, corteza, tallos, raíces, semillas o frutos, y son extraídos mediante distintos procesos, como la destilación al vapor de agua o la presión en frío, que son los procesos que permiten obtener los extractos más naturales y convenientes al consumo humano. Los componentes químicos de los aceites esenciales no solo pueden variar según la variedad de una misma planta sino también según el lugar de origen de la planta y su modo de cultivo, dando a cada aceite esencial propiedades y cualidades específicas. Cuando son de buena calidad, los aceites esenciales son muy potentes dado que la concentración de sus componentes puede alcanzar 100 veces la concentración de la planta original. Por esa alta concentración, ciertos aceites pueden ser tóxicos si no se respetan las precauciones de uso.
En muchas culturas, el uso de las plantas aromáticas ha sido milenario, en medicina, cosmética y cocina. Los egipcios ya conocían los aceites esenciales, que se usaban en la preparación de las momias. Los griegos adoptaron las plantas aromáticas como el romero o la lavanda por sus propiedades antisépticas.
En el siglo XII, los boticarios y vendedores de especias ejercían entonces el comercio de aromas para cuidados y perfumes. Para luchar contra las epidemias solo se conocía la botánica, y las materias aromáticas se utilizaban para la desinfección de los lugares.
En el siglo XVI, los perfumes y remedios eran aún estrechamente asociados. Para numerosos médicos, algunos olores eran remedios activos.
Las aguas aromáticas, como el agua del Dr. Liébaut conocían un éxito creciendo en las cortes de Europa para aliviar todo tipo de dolores. Se preconizaban también los baños aromáticos y Ambroise Paré creo bañeras terapéuticas llamadas “marmitas de plantas”. La ciencia de la destilación interesaba a numerosos científicos: Olivier de Serres, Ambroise Paré, Leonardo da Vinci…
En el siglo XVII, la desaparición de los edificios de baños públicos, cerrados a causa de epidemias, hizo disminuir la higiene y favoreció el desarrollo del uso de los perfumes. La demanda en aromas explotó y éstos dejaron de emplearse como remedios, se usaban en mayoría por sus propiedades olfativas.
Será necesario esperar al siglo XX para que un científico francés, el Profesor Gattefossé redescubra los beneficios de los aromas creando la base de una nueva técnica llamada “aromaterápia”. Fue víctima de una explosión en su laboratorio que le quemó una mano. Tuvo la idea de sumergir su mano en un baño de aceite esencial de lavanda officinalis. Sintió un alivio inmediato y se recupero rápidamente de su quemadura. Ese accidente le condujo a estudiar científicamente las propiedades terapéuticas de los aceites esenciales y a clasificarlos. Gracias a los progresos de la ciencia y a las técnicas de análisis, resultó fácil entender la acción de los principios aromáticos. Más tarde, en los años cincuenta, otros médicos reconocidos como Valnet, Duraffourd, Lappraz y Bellaiche, continuaron y ampliaron sus estudios contribuyendo al conocimiento y a la difusión del uso de los aceites esenciales.
Ya muy conocida en los países del oriente asiático, la aromaterápia vive últimamente un gran auge en los países occidentales, se usa cada vez más por médicos como terapia complementaria. Ese redescubrimiento de los aceites esenciales, en especial de los aceites ecológicos, se inscribe también en la preocupación creciente de muchas personas por usar productos respetuosos de la naturaleza y libres de químicos potencialmente tóxicos para el organismo.